domingo, 31 de marzo de 2013

Homilía del P. Juan Carlos el Domingo de Resurrección


 La Pascua es paso y el cristiano durante la pasada cuaresma, y especialmente durante este reciente Semana Santa, ha ido al paso del Señor. Ciertamente, de muy diferentes maneras hemos ido junto a Él, lo hemos dicho y vivido durante estos días tan intensos: hemos ido mirando, de espectadores, de curiosos, incluso hemos echado leña al fuego,… pero el camino, el ir al paso de este hombre y de lo que Dios Padre realiza –para nosotros- por medio de Jesucristo, nos ha hecho cambiar el paso: pasar de ir de “miranda” a ir contemplando, afectándonos, adhiriéndonos, acogiendo,… al Señor solo y desamparado, abandonado y negado, desolado y triste, humanamente solo, crucificado, muerto y sepultado para dar Vida. Hemos limpiado su rostro, quitado su sudor, hemos intentando disimular su dolor, su sed,… y no es posible poder dar luz, si escondemos la luz debajo de la cama, la realidad es la que es y la cruz está presente, muy presente en nuestra vida. Es nuestro santo y seña, y no deberíamos esquivar la cruz, sino encajarla. Este tiempo de Semana Santa quizá nos haya podido ayudar a esto, a encajar los golpes de la vida, el viacrucis de nuestra propia vida.
                Pero queridos hermanos, no es lo mismo celebrar la Pascua, gozar con Cristo gozoso, sin haber vivido al Cristo quebrantado; esa experiencia es la que probablemente hoy nos ha marcado para que llenos de alegría podamos vivir de la esperanza. Coger un libro, e irse al final, para ver cómo termina la historia, sin haberse empapado de las páginas del medio, que nos cuentan, narran, nos hacen entrar en escena, nos hacen vivir en primera persona, es como que alguien te anime a ver una película y te la estropea porque te cuenta el final. La pasión del Señor que siente por mí, por ti, eso hay que vivirlo en la propia carne, entonces verdaderamente sentiremos el gozo de la fe, el deseo de la Gracia y las ganas de contárselo a todo el mundo, Jesús ha resucitado, esta es la evangelización.
                Los rasgos de la Pascua son evidentes. Los rostros para darse cuenta qué Dios vive en mí, que está presente en mi persona, en medio del mundo, de los otros, y todos los días de mi vida no solo hoy porque celebramos la Pascua,… son evidentes. Él se hace presente, de muchas maneras, y lo hace dando vida, dando alegría, transmitiendo paz y creando testigos.
                Jesucristo transmite vida, a nuestros cuerpos y corazones un tanto cansados. Cansados de la situación, pero poco animosos para cambiar lo poco o mucho que podamos. Con la moral en muchos momentos por los suelos. El Señor nos transmite vida, a los que en ocasiones vamos por las calles como deambulando pero sin horizontes.
                Nos transmite también alegría, la alegría de la fe, del creer. Esto es lo que verdaderamente los cristianos estamos llamados a transmitir: la fe es alegría, creer nos invita a la alegría, la fe se transmite desde la alegría y no desde la pesadumbre, la carga, el a mí que me dejen en paz que yo ya sé lo que tengo que hacer con mi vida, con mi manera de creer,… Sin estar abiertos al Señor, a su Iglesia, a la comunidad de cristianos que se reúne para celebrar la fe cada domingo. La fe como no se transmita con alegría será una fe muerta, porque la alegría –estamos diciendo- es un rasgo de la Resurrección.
                Y la Resurrección del Señor, su presencia viva en medio de nosotros, nos transmite paz. Si queremos saber si el Señor está con nosotros, veamos cómo estamos a nivel de paz. Si estamos como enfadados con todo el mundo, que todo nos parece mal, que las cosas no tienen solución ni las van a tener, que parece que todo me pasa a mí,… quien habita en ti es el mal espíritu, a quien le vamos a decir hoy: Renuncio. Sin embargo, si en ti está el deseo bueno de cantar, de vivir con alegría, de apreciar los pequeños momentos que te suceden en la vida, si valoras a las personas que están a tu alrededor, les das las gracias, tienes la humildad de pedirles perdón si llega el caso, si en tu vida la conciencia la tienes tranquila, piensas en los demás, especialmente en los más pobres,… Dios está en ti y te está dando paz, ganas, ánimos, vigor, ilusión,… a esa paz que nos transmite el Resucitado, hoy le vamos a decir: Creo.
             Quien se ha encontrado con el Resucitado tiene que comunicarlo indudablemente al mundo entero. La Resurrección invita al testimonio y el encuentro con el Señor resucitado crea testigos. Precisamente esto es lo que os corresponde a los padres y padrinos de los niños que vamos inmediatamente a bautizar, a ser testigos en medio de vuestras familias, transmisores de la fe; esta semilla que hoy sembramos hay que hacerla germinar con la ayuda de Dios. También a la comunidad le corresponde esta tarea evangelizadora que no debemos obviar o esquivar.
                Que la Virgen que probablemente fue la primera en encontrarse con el Señor, su Hijo, nos ayude a encontrarnos con Él hoy y todos los días de nuestra vida. Así sea.  

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