viernes, 11 de abril de 2014

SOLEMNE TRIDUO EN HONOR DE CRISTO CON LA CRUZ A MARÍA - DÍA 3º

La Cuaresma es el tiempo que anualmente nos regala la Iglesia para prepararnos a la celebración de la Pascua, viviendo con mayor intensidad nuestra vida cristiana. Durante este tiempo, que ya estamos a punto de concluir, somos invitados a profundizar nuestro camino de conversión para alcanzar una vida cristiana más plena y auténtica. Para ello se nos proponen estos días de intensa oración, austera penitencia y perseverante solidaridad. En el texto de la primera lectura hemos escuchado un cambio de nombre en Abrahán, que nos habla precisamente de conversión. Cambiar el nombre es cambiar el ser y el destino de la persona, y con Abrahán, cambiar el signo de la historia de la salvación, que le viene significado en tierra y descendencia.
La Cuaresma es el tiempo en el que vivimos de forma intensa la realidad de nuestra vida cristiana. En este tiempo litúrgico todo nos invita a tomar conciencia del inmenso amor de Dios por nosotros. Amor manifestado en su voluntad de hacernos hijos, hermanos, familia. Amor que comparte la íntima comunión trinitaria y, por ello, nos hace partícipes de este proyecto de comunión. Pero también en la Cuaresma experimentamos la dureza de nuestro corazón y los muchos impedimentos que se interponen en el camino de la comunión ofrecida por Dios. Por ello nos sentimos llamados a la conversión; es decir a cambiar de vida para dejarnos tomar cada día más por el amor de Dios, por sus manos y a manifestarlo en el amor a los demás. Precisamente en la escena de Cristo con la cruz a María podemos observar esa entrega de Nicodemo y José en correspondencia al amor de Jesús. Jesús lo ha sido todo para ellos, ahora ellos se ocupan al menos de su cuerpo, después seguirán ocupando de su cuerpo, la Iglesia, como legado del Señor.
En cada Eucaristía celebrada con plena conciencia se renueva este designio amoroso de Dios. El Padre nos regala a su Hijo, ahora muerto pero también resucitado, para que por la fuerza del Espíritu Santo seamos todos sus hijos, más hermanos entre nosotros y miembros de su familia. Por ello al celebrar la Eucaristía somos idóneos para corresponder al amor de Dios, en una creciente identificación con Cristo, obediente al Padre y servidor de los hermanos.

Desde esta perspectiva de fe, nunca vivimos con tanta plenitud lo que nos propone la Cuaresma como cuando celebramos la Eucaristía, cuando recibimos el cuerpo de Cristo como Nicodemo y José de Arimatea, como María. El camino de la conversión cuaresmal pasa necesariamente por la Eucaristía. Así vida cristiana, vida cuaresmal y vida eucarística son -de alguna manera- sinónimos.
A través de la Misa experimentamos la evidencia del amor de Dios que nos invita a participar de su misma vida. La Cuaresma nos invita a avivar esta conciencia en la oración prolongada y la adoración, la meditación de la Palabra, la intimidad con el Señor. Como enseña Santa Teresa de Ávila, solo “estando a solas con Él” podemos acrecentar la certeza de su amistad. Pero esta conciencia creyente del amor de Dios se encuentra con los obstáculos que se nos presentan a diario en el orden personal, familiar, comunitario, social para vivir esta propuesta de comunión. De aquí nace el anhelo y la práctica de la reconciliación que necesita verificarse en gestos concretos y comprometidos. La realidad de tantas familias divididas, los enfrentamientos entre diversos grupos y sectores que afectan a nuestra realidad social, nos urgen a un compromiso decidido a favor de la reconciliación. En este camino ocupa un lugar insustituible la Eucaristía ya que ella es el Pan de la reconciliación que restaura la comunión de amor, recrea los vínculos fraternos y mueve a iniciativas reconciliadoras para reconstruir la amistad, la concordia, la unión y la paz.
La conversión cuaresmal reclama la penitencia. Sin ella no hay posibilidad de reconciliación auténtica. Pero conviene tener presente que la penitencia cuaresmal no es una “gimnasia espiritual” destinada a autocomplacernos con nuestros propios logros; ni mucho menos es desprecio de los bienes creados. Se trata más bien del ejercicio de nuestra voluntad reconciliada, que vence nuestras tendencias egoístas y nos abre a Dios y a los hermanos. Por tanto se trata de un espíritu que caracteriza una práctica, un modo de relacionarse con Dios, con los hermanos y con las cosas de tal forma que todo se ordene a la comunión. El Sacramento del Perdón nos hace más capaces para el espíritu y la práctica de la reconciliación
La conciencia del amor de Dios, actualizada en cada Eucaristía, y la práctica de la Reconciliación propias del tiempo cuaresmal nos abren a la solidaridad: “La Eucaristía alimenta e impulsa a los hermanos distantes al reencuentro. Pero también los hace profundamente solidarios, de manera que ya no vivan para sí mismos, solo como individuos que se toleran, sino como miembros de un pueblo, que buscan activamente una patria fraterna y una sociedad solidaria. Porque los fieles pueden llegar a reconocer que sus vidas llegan a ser eucarísticas cuando dejan de pensar solo en sí mismos y asumen el compromiso de transformar el mundo según el Evangelio...". La vida eucarística a la que nos está invitando esta Cuaresma nos estimula a ser creativos para descubrir nuevos caminos de solidaridad entre nosotros, como individuos y como comunidad cristiana. Algunos índices alentadores en el campo económico no deben hacernos perder de vista la dolorosa situación de muchos hermanos que reclaman nuestro compromiso solidario. Recordemos que todavía siguen siendo altísimos los índices de pobreza e indigencia en nuestra nación.
Por ello en esta Cuaresma somos nuevamente invitados al gesto solidario, fruto de nuestras privaciones, que se canaliza a través de Cáritas a favor de nuestros hermanos más pobres. En los pobres de la tierra encontramos a Cristo pobre y humillado. La limosna cuaresmal se convierte así en un signo elocuente de una comunidad reconciliada y solidaria que encuentra en el rostro de los hermanos más pobres al Señor que celebra cotidianamente en la Eucaristía y proclama gozosamente resucitado en la Pascua.
La dinámica propia de este tiempo nos lleva hacia la Pascua y esta culmina en el mandato misionero: “id y anunciad” (Mt 28). De la intensidad de nuestra vida eucarística, cultivada, esperamos un renovado compromiso evangelizador de todos nosotros como pueblo de Dios. Una intensa vida eucarística debe generar en nosotros el deseo irrefrenable de contar a otros lo que hemos “visto y oído” (Hch 4, 20). Hoy son muchos los que todavía no conocen a Jesucristo, o lo conocen mal o lo han conocido y lo han olvidado. El vigor de toda comunidad cristiana se verifica en su impulso misionero; la Cuaresma vivida eucarísticamente es el mejor estímulo para animarnos a la misión.

El fruto de una Cuaresma vivida en clave eucarística será una comunidad cristiana que vive más intensamente la comunión y, por ello, da testimonio de una vida más reconciliada, solidaria y misionera. Esta es la gracia que pido para todos en esta Pascua, por la intercesión de la Virgen Nuestra Señora de la Piedad. Así sea.

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