martes, 2 de septiembre de 2014

2º día de la novena de Nuestra Señora de San Lorenzo - Valladolid

Que preciosa historia la de Ana, ella una mujer estéril que pidió al Señor un hijo y Este se lo concedió, por ello le puso el nombre de Samuel: “hijo pedido”, o también, aquel sobre el que ha sido invocado el nombre de Dios.
Hemos escuchado como primera lectura un breve relato de la historia personal de Ana, el día en el que dejó de dar de mamar a su hijo Samuel. Las mujeres en aquel tiempo solían dar de mamar a sus hijos largo tiempo, tres años. Y el día que lo destetaban se hacía una fiesta familiar. Samuel es hijo de la plegaria y de la gracia.
Al final de la lectura hemos escuchado el cántico de Ana que nos habrá recordado seguramente el cántico del Magnificat, momento en el que María se siente dichosa porque el Señor está con ella. María de Nazaret, mujer creyente, conoce la Escritura, la ha aprendido en el hogar de labios de sus padres, Joaquín y Ana, la ha escuchado en la sinagoga.
La historia de la salvación que nos presenta la Sagrada Escritura se ve muy reflejada en Ana y María, mujeres sencillas, humildes, pobres. Como dice San Pablo: Lo necio del mundo lo ha escogido Dios para humillar a los sabios, y lo débil del mundo, lo despreciable, lo que no cuenta, para anular a lo que cuenta (1Cor 1, 27-28).
En esta bonita tarde de verano en la que nos encontramos en esta bella iglesia, preparándonos para la solemnidad de la Natividad de la Virgen María, bajo la advocación de Nuestra Señora de San Lorenzo, patrona de Valladolid, disponemos nuestro corazón para que pueda sintonizar con el corazón de María, Madre fecunda, con el corazón de Jesús, que palpita cordialmente por cada uno de nosotros.

Todas las lecturas que hemos escuchado hoy nos hablan de Santa María como esclava del Señor.
Siempre que leamos la Biblia la tendremos que leer varias veces para poder entender claramente lo que esta Palabra viva de Dios nos quiere decir. Aun así no será suficiente y tendremos que escuchar lo que los maestros nos pueden enseñar. Es decir, la Biblia dice mucho más de lo que aparentemente leemos en una primera lectura; quiero decir, por ejemplo, que el calificativo “esclava” no lo podemos entender como un sometimiento, como si alguien tuviera como propiedad a alguien sin dejarle expresar libremente.
María se autodenomina así, “esclava del Señor”, se siente totalmente vinculada a Dios. En el relato de la anunciación que acabamos de escuchar precisamente ella hace un acto de fe, se fía totalmente del Señor y con los ojos cerrados, icono de la fe, se deja llevar por esa fuerza que le fecunda y le llena. No sabe muy bien en qué consiste pero se fía. El Espíritu del Señor le acompañará y le hará dar botes de alegría, con el deseo de anunciar la Buena Nueva.
El papa Francisco en su exhortación Evangelii Gaudium nos dice al respecto: “Ella es la mujer de fe, que vive y camina en la fe, y su excepcional peregrinación de la fe representa un punto de referencia constante para la Iglesia. Ella se dejó conducir por el Espíritu, en un itinerario de fe, hacia un destino de servicio y fecundidad” (287).
Ella será presa del Señor para siempre. Paradójicamente, esa esclavitud le hace libre, dichosa, alegre, discípula, Madre de Dios y de la Iglesia.
En esta actitud de María como esclava nosotros también podemos ver la cualidad del servicio que lleva consigo el ser cristiano. Los hijos aprendemos de la educación de nuestros padres. María, como su Hijo Jesús, son maestros del amor y del servicio. Las dos cualidades presentes en la Eucaristía: amor de Dios que se entrega por nosotros y que se expresa en amor al prójimo, en servicio, en: “haced esto en memoria mía” (Lc 22, 19), “haced lo que Él os diga” (Jn 2, 5), o “lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis” (Jn 13, 15).
María es esclava del Señor porque es todo para ella, porque sabe que “su gracia vale más que la vida” (Sal 62). Para ella Dios es sobre todas las cosas y hacer la voluntad de Dios es lo que más desea. Lo contrario no lo conoce. El pecado no ha podido con ella; el Señor le ha preservado y ella inmaculada ama y se deja amar, por eso nosotros tenemos la seguridad que en María tenemos una Madre común que nos cuida, que nos protege, que nos lleva hacia Jesús, porque hay muchas cosas en la vida que nos despistan, que nos aturden, que nos disipan. La superficialidad, la tibieza, la intransigencia, etc…
Nosotros vallisoletanos, que nos sentimos devotos de la Virgen, hijos de María, le pedimos esta cualidad de María para nosotros, que cada día seamos más del Señor y menos de nosotros mismos. Que nos apeguemos más al Señor, que nos adhiramos a su causa, y nos despeguemos de la indiferencia. Que seamos creyentes auténticos, evangelizadores desde la fe y la alegría, que a nuestro alrededor crezca la buena semilla del Reino.

María, Nuestra Señora de San Lorenzo, escucha las súplicas de tus hijos que devotos acuden a ti, acoge su oraciones, sus plegarias, sus acciones de gracia. Acércanos cada día más a Jesús. Que así sea. 

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