jueves, 17 de diciembre de 2015

PARA HACER ORACIÓN - MIRAR y DEJARSE MIRAR

En primer lugar, busco un espacio que me ayude a entrar en relación de amistad con el "Amigo que nunca falla". Para mí ese lugar, prefiero que sea sobrio, austero: Sagrario, Cruz, imagen de la Virgen. Igualmente mirar la Palabra me estimula, lo mismo que ver el Altar.

Conviene que me pare para caer en la cuenta: "¿dónde voy y a qué?". La oración no es una actividad más de las múltiples que puedo realizar mecánicamente a lo largo del día. La oración es de suma importancia y requiere preparación.

Después de un momento de caer en la cuenta delante de quién estoy y de hacer consciente de la importancia que esta Presencia tiene para mí, paso a mirar y dejarme mirar. Esta compañía que nos hacemos no es nueva, viene de lejos, de antaño, de toda la vida. Desde muy pequeño, como he podido y sabido, la he percibido en mi vida. Mis padres me hablaron de Ella, también en la escuela, por su puesto en la parroquia. Esta Presencia es como una sombra que no se separa, no se borra, nunca me sobra; no la hecho de menos porque soy consciente de que siempre está ahí. Quizá, lo sé, Ella no pueda decir lo mismo, y el que en muchas ocasiones no esté sea yo.

Esta Presencia la busco y la encuentro en el Sagrario, es sagrada, es Dios, es Jesús; me habla y su Palabra me llena y me da paz. Muchas veces siento que por mí, su Presencia no me pueda guiar todo lo que Ella quisiera, porque en ocasiones es menos buscada, y después se nota.
Dios me mira y yo me dejo mirar por Él. Su mirada es tierna, misericordiosa, paternal y maternal. Justa que me desnuda de mis caretas y me avergüenza. Me descubre, con su luz, tal y como soy, tal cual soy, y me revela cómo es Él y desea que sea yo. No es una mirada de reproche, sino que enseña, pedagógica. Mirarle no me cansa, aunque a veces me cuesta buscar palabras que decirle, por eso mejor el diálogo desde el silencio, pues mirarles y ser mirado, tanto solo eso me llena.

Esta relación transcendental de la mirada hacia mí es presente, no pasada. El pasado, algunas veces, me pesa, por eso esta mirada misericordiosa y amable invita a la acogida y al perdón. Realmente provoca la invitación, "a hacer vosotros lo mismo que yo he hecho con vosotros", a "hacer lo que Él os diga", a "hacer esto en memoria mía". Invita, en definitiva, a repetir sus gestos y palabras.

Mirarle, mirarle en la cruz, a veces da tristeza, más que nada por la falta de respuesta, por mi incredulidad, por la vaciedad que mueven mis actos y la vaciedad con la que me presento ante Él. Pero también, siento una gran alegría, enorme, porque su voz se oye clara y fuerte. Su presencia, como una sombra, me acompaña, me da seguridad, esa que tantas veces me falta en el desasosiego de la vida, cuando soy más yo y menos Él.

Por eso me atrevo a decirle: "que me reciba de ti y menos de mí". Que mis actos los dirijas Tú, Señor, y no tanto yo, para que Tú crezcas y yo disminuya. 

La alegría que me da estar contigo y escuchar tu voz quiero compartirla con el resto del mundo. Ayúdame a tener un corazón misericordioso como el tuyo, que sea entregado y pastor de almas, que a cada uno le mire y lo vea como Tú lo haces: como a un hijo de Dios. AMÉN.

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